LA CONJETURA DE
POINCARÉ. GRIGORI PERELMAN: El genio, el hombre, el enigma
30 de octubre de 2011 a la(s) 14:47
ELPAIS.com >
Sociedad >
Domingo
REPORTAJE: LA CONJETURA DE
PERELMAN
El genio, el hombre, el enigma
RODRIGO FERNÁNDEZ 03/10/2010
Es uno de los grandes cerebros
del siglo XXI. Ha revolucionado las matemáticas, abierto nuevos campos de
investigación, resuelto la conjetura de Poincaré, recibido y rechazado los más
altos galardones mundiales, incluido uno de un millón de dólares. Pero Grigori
Perelman prefiere vivir aislado y pobre en un destartalado apartamento de San
Petersburgo. ¿Por qué? ¿Qué se esconde detrás de este ser taciturno y
egocéntrico, de este antiguo niño prodigio educado en los más avanzados
laboratorios de la inteligencia soviéticos? Esta es la historia de Grisha, el
genio.
Cabello despeinado, barba
hirsuta, uñas largas, mirada reconcentrada, a veces perdida, ropa vieja. Quien
se tope con este personaje en la calle -cosa difícil, porque casi no sale ya de
su apartamento, salvo a comprar alimentos a la tienda más cercana- seguramente
lo tomará por un simple vagabundo, un bombzh. A nadie se le pasaría por la
mente que ese hombre desaliñado es un genio, el mayor matemático de los últimos
tiempos, que encaja en el paradigma del científico chiflado. La gente considera
que efectivamente ha perdido la razón, pero no por su dudosa higiene y aspecto,
sino, ante todo, por haber rechazado el millón de dólares de recompensa que le
otorgó el Instituto Clay de Matemáticas (Massachusetts, EE UU) por haber
resuelto la conjetura de Poincaré -uno de los siete problemas del milenio-, y
se negó a recibirlo a pesar de vivir con su madre en precarias condiciones.
UN TALENTO MATEMÁTICO
Grisha por los puentes de
Königsberg
Rechazó un millón de dólares del
Instituto Clay de Matemáticas por haber resuelto la conjetura de Poincaré
En 1996 dejó de contestar a los
correos electrónicos de sus colegas y desistió de discutir con otros sus
proyectos
Para solucionar los problemas no
escribía nada previo, no hacía cálculos en el papel, todo lo realizaba en su
cabeza
"Lo que lo desconcertó no
fue que el mundo fuera imperfecto, sino que el mundo de los matemáticos lo
sea"
"Para Grisha fue como un
secuestro cuando intentaron apropiarse del resultado de su trabajo", dice
su maestro Rukshín
En las olimpiadas de matemáticas
de Budapest obtuvo un brillante resultado: resolvió 42 problemas sobre 42
"No contestaré a ninguna
pregunta", dice a EL PAÍS muy tranquilo, con voz cristalina, casi de niño,
sin el menor atisbo de alteración. Su voz transmite cortesía y el tono es más
que amable. Pero esta calma desaparece cuando tratan de ofrecerle dinero, a él
o a su madre, a la que arranca el teléfono de las manos, y entonces puede
gritar y mostrarse grosero, incluso con gente que le ha ayudado en su carrera.
Perelman recibe esas muestras de solidaridad o de preocupación como un insulto.
Grisha Perelman -su nombre es Grigori, pero él siempre ha firmado con su
diminutivo ruso-, que de niño fue entrenado para ganar y recibir premios, a
partir de cierto momento los rechazó todos. ¿Qué hizo que empezara a negarse a
aceptar distinciones, a los ojos de todo el mundo merecidas, y comenzara a
cortar relaciones y a encerrarse en sí mismo?
Un aficionado al ajedrez
probablemente asociaría el caso de Perelman con el de Bobby Fischer, y quizá no
anduviera muy errado: muchos especialistas consideran que ambos genios
desarrollaron el mismo mal, una especie de autismo conocido como el síndrome de
Aspergen. Opinión con la que, por cierto, su primer maestro está en total
desacuerdo.
Antes del millón de dólares,
Grisha había rechazado un premio de la Sociedad Matemática Europea y luego hizo
lo mismo con la medalla Fields, llamada frecuentemente el Nobel de las
Matemáticas, que debería haber recibido en Madrid en 2006, durante el Congreso
Internacional.
Al comienzo, nada indicaba que su
carrera iba a llegar a las más altas cimas y que -después de que el destino
hubiera permitido que triunfara en la ciencia a pesar de los numerosos escollos
que un judío como él encontraba en su camino en la antisemita Unión Soviética-
terminaría en tragedia -para el mundo científico, al menos-, en el abandono de
las matemáticas y en el encierro en sí mismo. Encierro que es prácticamente
total, pues Grisha ya no se comunica con nadie, a excepción de su madre; se
niega a conceder entrevistas, no responde si a uno se le ocurre ir a verlo y
tocar a la puerta de su apartamento, e incluso ha roto todos los vínculos con
la mayoría de sus antiguos colegas y maestros.
Grisha se refugia del mundo en
Kúpchino, un barrio en el sur de San Petersburgo donde el metro muere.
Construido en los años sesenta del siglo pasado, Kúpchino es un típico suburbio
dormitorio. La gente que vive cerca de la casa de Perelman -un edificio tipo de
nueve plantas-, los que trabajan en las tiendas adonde suele ir, ahora le
reconocen. Muchos cuando lo ven sacan sus móviles, con los que le hacen fotos;
pero la mayoría se comporta como Grisha quiere: lo dejan en paz.
Perelman se inició en el campo de
las matemáticas muy temprano, siendo un niño, como se acostumbraba en la época
soviética. Su madre, Lubov, era una talentosa matemática a la que su maestro
incluso llegó a ofrecer un puesto en el Instituto Herzen, donde él mismo enseñaba.
Esto era un honor, ya que su nombramiento iba a ser difícil por dos razones:
primero, porque era mujer -es decir, potencialmente madre, con lo que su
consagración a la ciencia resultaba incierta-, y segundo, porque era judía.
Pero Lubov desechó entonces el
ofrecimiento por la sencilla razón de que se acababa de casar y quería crear
una familia. Pasó más de una década antes de que Lubov volviera a ver a su
maestro. Se toparon en la calle y ella le contó que tenía un hijo, Grisha, que
mostraba dotes para las matemáticas, como lo probaba su reciente participación
exitosa en un concurso del barrio donde vivían, en los suburbios de Leningrado,
hoy San Petersburgo. Y le preguntó qué podía hacer para desarrollar ese
talento.
Garold Natanson, que así se llamaba
el maestro de Lubov, llamó entonces a Serguéi Rukshín, según cuenta él mismo a
EL PAÍS, entonces un joven matemático con un don especial para preparar a
niños. El resultado de esa conversación fue que Grisha ingresó en 1976 -recién
cumplidos los 10 años- en el círculo de matemáticas que funcionaba en el
Palacio de Pioneros de Leningrado.
Estos centros de élite,
repartidos por la URSS, eran como grandes clubes donde funcionaban numerosos
círculos para niños: de matemáticas, de ajedrez, de deportes, de música...
Grisha, de hecho, llegó al Palacio de Pioneros de Leningrado sabiendo ya tocar
el violín, instrumento que también había estudiado su madre, que era profesora
de matemáticas en una escuela.
Como recuerda Rukshín, que en esa
época tenía solo 19 años, Grisha acababa de cumplir los 10 años y no era el
benjamín del círculo, ni tampoco el más brillante ni el mejor en las
competiciones. Y no lo fue hasta varios años después. Era bueno, talentoso, y a
diferencia de la mayoría de sus compañeros, se mostraba tranquilo, callado.
Incluso para solucionar los
problemas era introvertido; prácticamente no escribía nada previo, no hacía
cálculos en el papel, todo lo analizaba mentalmente hasta que obtenía la
solución, que pasaba entonces a la hoja que tenía delante.
Había signos que indicaban que la
solución estaba próxima: podía tirar una pelota de pimpón contra la pizarra,
caminar de allá para acá, marcar un ritmo con un lapicero en el pupitre,
restregaba sus muslos -los pantalones que usaba llevaban la marca de esa
costumbre- y luego se frotaba las manos, además de emitir ruidos parecidos a
quejas o zumbidos, que eran, en realidad, tarareos de alguna pieza musical,
como Introducción y rondó caprichoso de Camille Saint-Saëns.
Al principio, Grisha no era el
mejor. Pronto llegó a serlo y se convirtió en el alumno preferido de Rukshín.
Éste siempre ha defendido que los niños deben concentrarse en aquello que mejor
les resulta. Esta posición, dice sonriendo, ha resultado beneficiosa tanto para
el ajedrez ruso como para el español. Así, aconsejó a Alexandr Jalifman, el
futuro campeón mundial de ajedrez, que se consagrara al juego-ciencia y no a
las matemáticas; lo mismo hizo con Valeri Sálov -el gran maestro ruso que en
1992 se mudó a España-, a quien prácticamente expulsó de su círculo matemático.
Probablemente esta concepción de
Rukshín hizo que Grisha abandonara sus clases de violín para entregarse por
completo a las matemáticas. Su maestro insiste en que no le obligó a dejar la
música; al contrario, lo introdujo en la música vocal, a la que Perelman no
estaba acostumbrado.
El que dejara de tocar el violín
no significa que Grisha renunciara a la música. La verdad es que incluso hoy es
una de sus pocas aficiones; le gusta la ópera, y hasta hace poco solía comprar
las entradas más baratas en el gallinero del Teatro Mariínski (ex Kírov).
También se le puede ver a veces en los conciertos de jóvenes cantores.
Rukshín no solo fue el
descubridor de Perelman, sino su primer maestro, el que lo formó y fue su primer
tutor científico. Entre ambos se creó una relación especial. Al acercamiento
con Grisha contribuyó probablemente el que después de las clases en el Palacio
de Pioneros, dos veces por semana, hacían juntos el trayecto en el metro hasta
la última estación, Kúpchino, el barrio de Perelman. Rukshín tenía que tomar
allí un tren de cercanías hasta su casa, que en ese tiempo estaba en la ciudad
de Pushkin.
A los 14 años, Rukshín comenzó a
darle clases intensivas de inglés, para que Grisha pudiera entrar en el colegio
especializado en física y matemáticas, la famosa Escuela Número 239 de
Leningrado. El inglés era el idioma extranjero que estudiaban allí, mientras
que en su escuela Grisha había aprendido francés. Al final de las vacaciones,
Rukshín había logrado lo imposible: que Grisha estuviera al nivel requerido, o
sea, había hecho en menos de tres meses lo que los otros niños habían
conseguido en cuatro años.
Grisha ingresó junto con sus
compañeros del club en la famosa escuela. Se trataba de la primera vez que, en
lugar de dispersar a los miembros del círculo de Rukshín en diferentes clases,
los pusieron a todos en una. Así comenzaba otro experimento ideado por Rukshín
-no separar a los niños superdotados-, aunque entonces ellos formaran solo la
mitad del curso; hoy ya hay clases que funcionan exclusivamente con chicos
especialmente talentosos para la ciencia.
El elegido como profesor jefe en
la clase de estos superdotados fue Valeri Rízhik, un pedagogo innato, según
asegura Masha Gessen en su libro Perfect rigor: A genius and The mathematical
breakthrough of the century, dedicado a Perelman.
La idea de Rukshín de no separar
a los pequeños genios generó polémica, pero finalmente se impuso; el mismo
Rukshín seguiría preparándolos en el club particularmente para las olimpiadas
de matemáticas. Rízhik recuerda que Perelman se sentaba al fondo de la clase,
nunca hablaba, salvo cuando veía un error en las demostraciones que los niños
hacían en la pizarra; entonces levantaba apenas la mano y corregía. Era un
chico que se tomaba las reglas al pie de la letra, y por eso nunca se distraía.
Rízhik solía llevar los domingos
a los niños de su clase a caminar por el campo o por el bosque, y en las
vacaciones, a largas excursiones a otras regiones de Rusia. Grisha nunca fue a
ninguna, ni asistió a los Martes Literarios que organizaba su profesor. La
opinión de Gessen de que Rízhik desempeñó un importante papel como pedagogo no
es compartida por Rukshín, que otorga más méritos a Nikolái Kuksa, ex oficial
de submarino que protegió a Grisha durante sus estudios en la Escuela Número
239.
A pesar de sus excentricidades y
de su dificultad para comunicarse con otros, Perelman siguió su carrera
matemática con relativa normalidad, sobre todo gracias a las personas que,
viendo su talento, lo protegieron y consiguieron que fuera admitido en la
discriminatoria Facultad de Matemáticas de la Universidad de Leningrado, que
solo aceptaba a dos judíos al año. La táctica seguida para ello fue conseguir
que Perelman formara parte del equipo olímpico ruso de matemáticas, ya que sus
miembros ingresaban automáticamente en la Universidad que eligieran. Grisha no
solo lo consiguió, sino que logró un extraordinario resultado en las Olimpiadas
de Budapest: 42 problemas resueltos de un total de 42.
Perelman vivía en su propio
mundo, ignorando la realidad del mundo exterior, que creía que era justo y que
funcionaba como debía, siguiendo reglas claras. Nunca se interesó por la
política, tampoco por las chicas, ni se enteró de que la sociedad soviética era
antisemita. Su madre, sus profesores y entrenadores se preocuparon de
protegerle de esa realidad exterior, de solucionar sus problemas y de
garantizar que pudiera dedicarse exclusivamente al mundo de las matemáticas.
Fue gracias a ellos -Rukshín, Kuksa, Rízhik, Alexandr Abrámov en el colegio y
las competiciones; Víktor Zalgaller, Alexandr Alexándrov y Yuri Burago después-
como Perelman pudo terminar la facultad, obtener su doctorado, ganar becas en
el extranjero, dar charlas y enseñar.
A los 29 años, estando en EE UU,
la Universidad de Princeton mostró interés por contratarlo como profesor
asistente, pero él se negó a presentar un currículo; dijo que si lo querían,
que le dieran un puesto de profesor titular. No lo hicieron y lo lamentarían.
Perelman fue a Princeton a
principios de 1995 a dar una conferencia sobre su prueba de la Conjetura del
alma (Soul conjecture) y para entonces se había convertido ya en el mejor
geómetra del mundo. ¿Por qué esas exigencias, para qué querían un currículo
suyo si habían asistido a sus conferencias? Encontraba absurdo que le pidieran
datos sobre su persona. Tampoco aceptó una propuesta para ser profesor titular
en Tel Aviv.
De vuelta a San Petersburgo ese
mismo año, terminado su Miller Fellowship en Berkeley, Perelman regresó a casa
con su madre y al laboratorio de Burago.
Grisha parece haber desarrollado
una especie de alergia a los premios a mediados de los noventa. En 1996, la
Sociedad Matemática Europea celebró su segundo congreso cuatrienal en Budapest,
en el que instituyó premios para matemáticos menores de 32 años. Burago,
Anatoli Vérshik, entonces presidente de la Sociedad Matemática de San
Petersburgo, y Mijaíl Grómov, el introductor de Perelman en Occidente,
presentaron a Grisha, cuya candidatura salió victoriosa. Pero éste, al
enterarse, dijo que no quería el premio y que no lo aceptaría; incluso amenazó
con montar un escándalo si anunciaban que él era el ganador.
Extraña actitud en una persona
que había sido entrenada para ganar olimpiadas, y por tanto, premios. Nunca en
su época de competidor había dado indicios de oponerse a los galardones. Más
aún, sus fracasos -dos seguidos- fueron los que, según Rukshín, hicieron que
Perelman se pusiera las pilas y trabajara duro para triunfar y convertirse en
un auténtico científico.
Además, ya como matemático puro y
duro, recibió a principios de los años noventa un premio que le otorgó la
Sociedad de Matemáticas, que aceptó gustoso.
Todo apunta a que empezó a
irritarle la idea de que otra persona pudiera juzgar su trabajo, cuando él se
consideraba ya el mejor del mundo. Además vivía bajo una enorme autoexigencia,
que le llevaba a considerar que no era merecedor del premio en cuestión, entre
otros motivos, porque no había completado su trabajo todavía.
Esta conciencia de su
superioridad unida a su rigidez moral -modelada en torno a la figura ideal de
Alexándrov, con la exigencia de decir siempre la verdad y solo la verdad- es lo
que, según quienes le conocieron, le lleva a rechazar ese premio y otros
posteriores.
Paralelamente comienza a
autoaislarse de la comunidad científica, aunque participa en actividades
matemáticas con niños. Pero en 1996 deja de contestar a los correos
electrónicos de sus colegas norteamericanos y prescinde de discutir sus
proyectos. A partir de ese momento, nadie sabía en qué estaba trabajando
Perelman, aunque seguramente fue cuando comenzó su asalto a la conjetura de
Poincaré.
Que Grisha no había desaparecido
del todo quedó claro cuatro años más tarde, cuando el matemático norteamericano
Mike Anderson recibió un correo electrónico en el que el genio ruso le
planteaba algunas dudas sobre un trabajo que este acababa de publicar.
Dos años y medio después se
confirmó que Grisha no era de esos talentos prometedores que de pronto se paran
y quedan empantanados. El 2 de noviembre de 2002, Anderson recibió, al mismo
tiempo que un puñado de matemáticos, otro correo de Perelman en el que
informaba de que había colgado un nuevo trabajo en Internet.
De hecho, se trataba de la
demostración de la conjetura de Geometrización y de la de Poincaré, aunque él
no lo especificaba. Anderson leyó el trabajo, comprendió su importancia e
invitó a Perelman a EE UU, cosa que, para su sorpresa, éste aceptó. Al mismo
tiempo, envió correos a otros matemáticos llamándoles la atención sobre lo que
Grisha había publicado en la Red.
Un año más tarde, el 10 de marzo
de 2003, Perelman colgó una segunda parte de su trabajo, mientras hacía los
trámites para el visado que le permitiera viajar de nuevo a EE UU. En
Norteamérica, Perelman dio magníficas conferencias y comentó a un colega que
creía que pasaría un año y medio o dos antes de que se comprendiera la
demostración expuesta en su trabajo.
Al mismo tiempo, comenzaron los
problemas. The New York Times publicó dos artículos en los que escribía que
Perelman había asegurado que había probado la conjetura de Poincaré e
insinuaban que lo había hecho para ganar el millón de dólares de recompensa
anunciado por el Instituto Clay. Para Grisha, esto, además de ser completamente
falso, era un insulto. La verdad es que había empezado a trabajar en Poincaré
mucho antes de que el Clay seleccionara los siete problemas del milenio y nunca
había tenido especial interés por el dinero.
Perelman rechazó las numerosas
ofertas que le hicieron para quedarse en EE UU y regresó a San Petersburgo en
abril de 2004. El 17 de julio colgó la tercera y última parte de su trabajo. Si
la primera era de 30 páginas y la segunda de 22, esta tenía apenas siete.
Paradójicamente, el hecho de que
Grisha colgara su prueba en Internet y se negara a publicarla en una revista
especializada -como era la costumbre y una de las condiciones del Clay para dar
el millón de dólares- impulsó una amplia discusión sobre su trabajo, abierta y
pública, que se desarrolló en seminarios y conferencias especiales.
Algunos matemáticos acometieron
la tarea de explicar los trabajos de Perelman y su demostración de las
conjeturas de Poincaré y Geometrización, pero también hubo otros que trataron
de robarle los laureles y se autoproclamaron como los verdaderos artífices de
la solución. Al final tuvieron que dar marcha atrás y reconocer el mérito a
Grisha, pero todo esto, así como la demora del Instituto Clay en reconocer la
prueba, unida a la indiferencia de sus colegas rusos -que no salieron en su
defensa cuando trataron de robarle su logro- debieron abrir una herida profunda
en Grisha.
La desilusión en el mundo de los
matemáticos, que él creía perfecto y puro, fue creciendo a su regreso de EE UU,
al tiempo que aumentó su autoaislamiento. Hasta que en diciembre de 2005
renunció al puesto en el Instituto Steklov, donde trabajaba. Cuando lo hizo,
anunció que abandonaba las matemáticas.
Al año siguiente, Perelman
recibió un correo electrónico del comité encargado del programa del congreso
mundial en el que deberían entregarle la Medalla Fields, invitándole a dar una
conferencia con motivo de esta entrega. Pero ni siquiera respondió. Y cuando el
director del Steklov habló con Grisha, este le dijo que no había contestado
porque los nombres de los miembros del comité eran secretos y él no participaba
en conspiraciones.
Si puede haber cierta lógica en
el rechazo al premio de la Sociedad Europea -no consideraba completado su
trabajo- y en el de la Medalla Fields, que es un estímulo a los ma-, es más
difícil comprender su renuncia al millón de dólares del Instituto Clay, que se
entrega por solucionar un problema determinado.
Rukshín sostiene que el rechazo
al dinero se debió principalmente a la profunda desilusión que sufrió al ver la
injusticia de la comunidad matemática y lo que él consideraba deshonestidad,
como se lo explicó a John Ball, presidente de la Unión Internacional de
Matemáticas, cuando renunció a la Medalla Fields.
Lo que lo desconcertó, lo
perturbó, según su maestro, no fue que el mundo fuera imperfecto, sino que el
mundo de los matemáticos lo fuera también. Precisamente el mundo que se ocupa
de la ciencia más exacta, donde algo o es verdad o es mentira, y donde no hay
posición intermedia entre uno y otro extremo, entre correcto o incorrecto.
Grisha, según sus allegados, creía que en este universo había un espacio
perfecto, el altar de la matemática; él se consagró precisamente a ello y se
inventó un paraíso. Y eso también falló. En esto consiste la catástrofe, y
aquí, afirma Rukshín, está también la diferencia con Bobby Fischer, que no
podía comunicarse con el mundo. Perelman puede: todos sus vecinos atestiguan
que se comporta normalmente con ellos, que es sociable y gentil.
Rukshín explica así los
sentimientos que llevaron a Grisha a renunciar al millón: "Para comprender
a Perelman, imagínese que el teorema es como su hijo, que en la infancia pasó
por una enfermedad grave, durante la cual no sabía si sobreviviría o no.
Mientras no has demostrado el teorema, mientras continúa siendo una conjetura,
es como tu hijo enfermo. Y Grisha estuvo junto a la cabecera de ese hijo nueve
o 10 años, luchando por su vida y cuidándolo día y noche. Por fin, el niño
sanó, creció, es fuerte y hermoso; pero te lo quieren robar y te lo secuestran.
Para Grisha fue como un secuestro cuando trataron de apropiarse del resultado
de su trabajo. No pudo aceptar que un teorema pudiera ser comprado, vendido o
robado".
» Grigori Perelman nace el 13 de
junio de 1966 en Leningrado (actual San Petersburgo).
» A los 14 años ingresa en la
Escuela 239 de Leningrado para jóvenes talentos.
» En 1982 obtiene la medalla de
oro en las olimpiadas de matemáticas como miembro del equipo de la URSS.
» En 1996 rechaza el premio de la
Sociedad Matemática Europea para jóvenes matemáticos.
» En 2002 resuelve la conjetura
de Poincaré.
» En 2005 renuncia a su puesto en
el Instituto Steklov.
» En agosto de 2006 rechaza la
medalla Fields, considerada el Nobel de las Matemáticas.
» En marzo de 2010 no acepta el
premio de un millón de dólares que le concede el instituto Clay de Matemáticas.